La Alegría Cristiana: Cristo y todo su actuar.

05.04.2013 15:26

En nuestro andar cristiano, nuestra mejor carta de presentación es un rostro y un actuar afable, producto de un corazón dispuesto a amar, entendido de que el amor es la vocación principal que conduce a la Santidad (que dicho sea de paso, sin redundar ni contradecir, que la santidad es la verdadera y única vocación cristiana ¿Y qué es la santidad sino el amor?).

Hoy quiero compartirte un hermoso texto del venerable arzobispo Fulton J. Sheen acerca del Sentido Divino del Humor de los santos, sean los que aparecen en el calendario o los que no. Es una delicia de escrito de principio a fin y espero que tú, como yo disfrutes del mismo. ¡Gracias a la alegría divina por personas como Fulton J. Sheen!

La otra clase de gente que tiene el Sentido Divino del Humor son los santos. No quiero decir santos canonizados, sino más bien ese gran ejército de cristianos firmes y constantes, para quienes todo y cada incidente habla de una historia del amor a Dios. Puede definirse un santo como alguien que tiene el Sentido Divino del Humor, pues un santo nunca toma en serio este mundo como si fuera su ciudad perdurable. Para él, el mundo es como un andamio por el cual trepan las almas al Reino del Cielo, y cuando haya subido la última alma, entonces el andamio será retirado, no porque sea bajo, sino sencillamente porque ya habrá terminado su misión: ha llevado almas de regreso a Dios.

 

Un santo es alguien que mira al mundo como un semillero de las mansiones del Padre, y una escalera que conduce al Reino del Cielo. Un santo es alguien para quien todo lo que hay en el mundo es un sacramento. En el sentido estricto del término, sólo hay siete sacramentos, pero en el sentido amplio del mismo, todo lo que hay en el mundo es un sacramento, porque todo lo del mundo puede usarse como medio de especial santificación. Un santo es alguien que nunca se queja de algún deber particular a su condición en la vida, porque sabe muy bien que "todo el mundo es un escenario y todos los hombres y mujeres son apenas actores". ¿Por qué, entonces, aquel que hace el papel de un rey va a gloriarse de su corona y espada de oropel, y creer que es mejor que algún otro actor que representa el papel de ladrador, si cuando cae el telón todos vuelven a ser hombres? Así, también, ¿por qué alguien, que en este mundo tiene el accidente de disfrutar el honor a las riquezas, va a creer que es mejor que otro, que tal vez no posee nada de oro ni riquezas de este mundo? ¿Porque va a gloriarse de su corazón de relumbrón y su espada de estaño, y creer que él es mejor que otro que representa papel menos importante en el gran drama de la vida? Porque cuando cae el telón en el último día, y nosotros respondemos al llamado del juicio, no se nos preguntará qué papel representamoss, sino hasta dónde representamos bien la parte que se nos asignó.

 

Un santo, entonces es alguien que ha aprendido a espiritualizar y sacramentalizar y ennoblecer todo lo que hay en el mundo, y hacer de ello una oración. Ninguna ocupación es demasiado baja para tal espiritualización, ni es ningún sufrimiento demasiado duro para tal ennoblecimiento. Sólo que aquellos que no han desarrollado altamente este sentido, dejan pasar las oportunidades diarias sin hacer de ellas una oración, o sacar de ellas un lección divina. Hace siglos, de acuerdo con una historia tal vez apócrifa, en las calles de Florencia se veía un hermoso pedazo de mármol que había sido tajado y echado a perder por algún mal artista. Otros artistas mediocres habían pasado a su lado, lamentándose de que lo hubieran arruinado en esa forma. Un día pasó por allí Miguel Ángel y pidió que el mármol fuese llevado a su estudio. Luego se aplicó a él con su cincel, su genio y su inspiración. Y sacó de éste la estatua inmortal de David. La lección aquí contenida, es la de que no hay nada tan bajo que no pueda ser conquistado, que no hay deber, por vulgar que parezca, que no pueda ser restaurado por la santidad, y que no hay nada, por despreciado que sea, que no pueda ser elevado.

 

Abajo, en las acequías de una ciudad, había una charca de agua, pantanosa, sucia y estancada. Arriba, en los cielos la alcanzó a divisar un rayo de sol, atravesó los espacios azules hasta bajar a la charca; llegado que hubo, la besó, la penetró una y otra vez con nueva vida y extraña esperanza, y la levantó hasta lo alto, lo más alto, más allá de las nubes, y un día la dejó caer en forma de copo de nieve inmaculada sobre la cima de una montaña. Y asimismo sucede con nuestras propias vidas -que son las vidas monótonas, cansadas, rutinarias, de un mundo de todos los días- pueden ennoblecerse, espiritualizarse y sacramentalizarse, siempre que nosotros traigamos a ellas la inspiración de aquél que vio celo apostólico en la sal, con tal de que fundamos la negrura del carbón que hay en ellas con la llama del amor, con que podemos hacerlas brillar con el fulgor del diamante, con tal que traigamos a ellas la inspiración del gran Capitán que lleva cinco heridas y encienda nuestras vidas el relámpago hecho eterno en la Luz.

 

Y cuando hayamos hecho esto, entonces tal vez entenderemos por qué Aquel que vinó a esta tierra a enseñarnos el Sentido Divino del Humor, nos mostró todo lo que era amable y hermoso en Su carácter, excepto una cosa, Él nos mostró Su poder; nos mostró Su dolor; nos mostró Su bondad abrasadora; nos mostró Su conocimiento de los corazones humanos; pero hubo una cosa que reservó para quienes no toman este mundo muy seriamente; hubo una cosa que reservó para el Paraíso; hubo una cosa que guardó para aquellos que, como los poetas y santos, tienen el Sentido Divino del Humor; hubo una cosa que Él ahorró para el cielo, y que hará que el cielo sea un cielo, y fue: Su sonrisa.

 

"Modos y verdades" El sentido Divino del Humor, Obispo Fulton J. Sheen, 1956.

 

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Tema: La Alegría Cristiana: Cristo y todo su actuar.

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