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07.06.2014 14:43

El infierno es un estado. Cristo en el abandono de la Cruz sufrió el sufrimiento del infierno pero sin dejar de amar a Dios Padre. Su espíritu se sumió, especialmente en esas tres horas que pendió de la Cruz, en el estado de abandono de Dios, sintió plenamente, con toda intensidad, que le había dejado el Padre. Jesús no había abandonado nunca a su Padre, y ahora éste desertaba. Sin duda Satán le dijo una y otra vez que había vivido engañado. Que Él era sólo un hombre, un hombre que se había creído Dios, pero que era sólo humano. Los milagros, todo lo que creía haber hecho, era fruto de su locura. Estaba abandonado porque en realidad Dios era fruto de su imaginación. La realidad era esa: Roma, el poder de los oligarcas de Jerusalén, las bajas pasiones de la plebe. El resto era una fantasía.

Cristo en esos momentos experimentó lo que los santos sufren en un periodo de su vida: la noche del espíritu. Allí en la Cruz, se le concedió apurar el cáliz del sufrimiento humano también en esa dimensión. No dejó de amar, no dejó de ser fiel, no hizo ningún reproche, pero no mintió cuando exclamó: Elí, Elí, lamá sabactaní. 

Él, la Verdad Suprema, no mintió, allí en la Cruz sufrió el abandono. Y no sólo padeció una carencia, sino también una presencia: la carencia de Dios Padre, la presencia del infierno en pleno. Todos los demonios, todos y cada uno de ellos, todos los ángeles caídos, estaban allí, presentes, disfrutando como pirañas sedientas de sangre de aquella escena horripilante de un hombre sangrante, asfixiándose, cubierto de heridas abiertas. Los padecimientos espirituales fueron mucho peores que los corporales: el cáliz de la Redención se estaba llenando. A través de sus sufrimientos toda la iniquidad del mundo, toda su perversidad, todos los pecados, hasta los más inimaginables, quedarían barridos como si una ola expansiva los arrastrara y fulminara como paja seca frente a una explosión nuclear. 

El mal, todo el mal del mundo quedaba vencido sobre aquel madero (nota segunda). El mal de miles de años pretéritos y miles de años venideros, sería ya para siempre incomparablemente menor que el amor. Hasta aquí se ha explicado el sentido espiritual de ese descenso a los infiernos. Pero también tiene otro sentido, escatológico. Y este segundo sentido es el primordial. En este sentido escatológico significa que el espíritu de Jesús fue a la morada de ultratumba donde estaban los justos para anunciarles la Buena Nueva y abrirles las puertas del Cielo.

Nota primera: El lector deberá encontrarse familiarizado por lo menos con la obra “Summa Daemoniaca” para entender la presente cuestión que bien se complementan con las 166 anteriores.

Nota segunda: ¿Por qué entonces si la victoria ha sido plena sigue existiendo el pecado y los pecadores? Pues porque, siguiendo el símil anteriormente propuesto, si uno recoge esa paja y se guarece en una gruta profunda para que esa onda expansiva de amor no fulmine esos pecados, entonces esa paja permanece incólume. Pero en cuanto uno deje de proteger ese material y lo entregue al amor de Cristo, quedará barrido completamente.

Fuente: Cuestión No. 167, "Summa Daemoniaca: Tratado de demonología y manual de exorcistas.", versión 9, P. José Antonio Fortea Cucurull, pp. 199-200, Editorial Dos Latidos, Zaragoza, España.

22.01.2014 23:51

Por mucho que nosotros los periodistas nos esforcemos en hacer creer lo contrario, a menudo los periódicos, por su propio deseo, no representan del todo a la opinión pública.

El problema de la pena de muerte es uno de esos casos en los que la escisión entre los ciudadanos y los medios de comunicación parece más profunda. Estos últimos, casi sin excepción, rechazan indignados la simple posibilidad de debatir una cuestión que consideran tan anacrónica e incívica que no merece la menor atención.

En los periódicos donde he tenido ocasión de trabajar, he visto tirar a la papelera con repugnancia las numerosas cartas que envían los lectores sobre ese tema. Sin embargo, todos los sondeos muestran que si se sometiera a referéndum popular, el resultado se decantaría sin la menor duda por la reimplantación del pelotón de ejecución o del verdugo, al menos para los crímenes especialmente execrables.

El informe anual de Amnistía Internacional nos ofrece una prueba concreta de ello al señalar que la pena de muerte está incluida en el derecho penal de 99 Estados (el 80 % de las ejecuciones tienen lugar en países que manifiestan la pretensión de servir de modelo, como Estados Unidos, la Unión Soviética o China), sin que importantes movimientos de opinión reclamen su abolición. En los casi treinta estados de la Unión norteamericana en los que se ha mantenido la pena capital, la voluntad popular se ha opuesto a todas las iniciativas llevadas a cabo para eliminarla. Es más, en algunas ocasiones han sido los propios ciudadanos quienes han impuesto su restauración.

Hay un tipo de corifeos de la democracia, periodistas y políticos en primera línea, bien conocidos por lo selectivo de su criterio: para ellos, la mayoría de las opiniones y de los votos son «una noble manifestación de la voluntad popular» cuando coincide con su propia orientación, pero resultan «una despreciable vomitera reaccionaria» cuando su expresión contraría sus prejuicios y planteamientos.

El hecho es que, desde la más remota antigüedad hasta que algún intelectual de la Europa occidental del siglo XVIII empezó a manifestar sus dudas, la pena de muerte se admitía pacíficamente en todas las culturas de todas las sociedades del mundo.

Es falso que aquel curioso personaje llamado Cesare Beccaria pidiera su abolición. En el capítulo veintiocho de De los delitos y sus penas se dice: «La muerte de un ciudadano sólo puede considerarse necesaria en dos casos...» Principalmente, Beccaria rechaza la tortura y luego lo que denomina pena de muerte «fácil», tal como se aplicaba en su época, pero no la excluye de modo categórico ni la declara ilícita, hasta el punto de juzgarla «necesaria» en algunos casos. Por otro lado, la alternativa que propone Beccaria con el fin de suscitar mayor espanto, tal como él mismo especifica, es «la esclavitud perpetua». Algo que no parece un beneficio ni para la sociedad ni para el reo.

También es falso que mantener la pena capital sea «de derechas» y su abolición «de izquierdas». Entre las ignoradas paradojas de nuestras reconfortantes ideas fijas se cuenta que Luis XVI abolió dicha pena pocos años antes de la Revolución francesa. Ésta volvió a implantarla por iniciativa de la «izquierda» jacobina, haciendo tal uso de la misma que, por una vez justificadamente, el imaginario popular ha hecho de las palabras guillotina y revolución un todo inseparable.

Aquellos «progresistas» rogaron sin ambages al doctor Guillotin que perfeccionara su máquina para pasar de la fase artesanal a la industrial. Así nos ha llegado el escalofriante prototipo de un instrumento capaz de cortar sesenta cabezas al mismo tiempo.

Además, para mayor turbación de los filotercermundistas occidentales, para quienes la barbarie únicamente tiene origen en el hombre blanco, tan pronto como alcanzaron la independencia, la práctica totalidad de las ex colonias africanas y asiáticas se apresuraron a reintroducir la pena de muerte -a veces con sistemas «tradicionales» del lugar, como el empalamiento, la horca, la inmersión en agua hirviente, el estrangulamiento lento, etc.- incluso en aquellos lugares donde los europeos la habían abolido siguiendo el derecho penal de la madre patria. Además, ¿acaso no se contaban entre sus practicantes más fervientes todos los países del «socialismo real», los del marxismo en el poder, fueran éstos del primer, segundo o tercer mundo? Y no se está hablando de los lejanos tiempos del estalinismo: en los primeros cinco años de la perestroika de Gorbachov los tribunales soviéticos mandaron a la horca o al patíbulo a más de dos mil acusados por delitos comunes.

Al margen de lo que ocurra en la legislación civil, el problema resulta más delicado para un creyente cuando se plantea desde una perspectiva religiosa. La Iglesia católica (con el consenso, por otro lado, de las ortodoxas y protestantes y exceptuando a algunas pequeñas sectas heréticas de los propios reformados) nunca ha negado que la autoridad legítima posea el poder de infligir la muerte como castigo. La propuesta de Inocencio III,confirmada por el Cuarto Concilio de Letrán de 1215, según la cual la autoridad civil «puede infligir sin pecado la pena de muerte, siempre que actúe motivada por la justicia y no por el odio y proceda a ella con prudencia y no indiscriminadamente» es materia de fide. Esta declaración dogmática confirma toda la tradición católica anterior y sintetiza la posterior. De hecho, hasta ahora no ha sido modificada por ninguna otra sentencia solemne del Magisterio.

Si la Iglesia siempre ha sido contraria a llevar directamente a alguien a la muerte, no es el caso del Estado pontificio, como institución política, donde era bien conocido el significado de entregar a los herejes obstinados al «brazo secular». Por otro lado, las Iglesias surgidas de la Reforma todavía tenían menos miramientos y habitualmente procedían a llevar a cabo directamente sus propias sentencias de muerte sin confiar al reo a la autoridad civil para su ejecución. Es más, así como para la Iglesia católica el verdugo era un mal necesario, en la jerarquía de la opresiva «Ciudad Cristiana» que Calvino instauró en Ginebra, el verdugo era un personaje de rango, un notable respetado que recibía el título de «Ministro del Santo Evangelio». No le faltaba trabajo: durante los cuatro años que van de 1542 a 1546 Calvino condenó a muerte a cuarenta personas sólo por razones de fe.

Actualmente la situación ha cambiado, como ya sabemos. Pese a que no se ha modificado nada en el plano dogmático, no sólo teólogos sino conferencias episcopales al completo han ido más lejos hasta definir cualquier tipo de pena capital como «contraria al espíritu cristiano» o «en desacuerdo con el Evangelio». Como de costumbre, hay creyentes que se destacan por su celo, superando la mencionada polémica laicista lanzándose contra una presunta «barbarie oscurantista» e «infidelidad a Cristo» de raíz bimilenaria, protagonizada por una Iglesia que no había declarado ilícito el suplicio que cualquier Estado podía infligir a sus reos.

Ésta es una de las situaciones privilegiadas para la «estrategia del remordimiento» de la que ya habíamos hablado, impulsada por una propaganda anticristiana que cuenta con el apoyo entusiasta de muchos católicos «adultos e informados». En realidad, la cuestión es realmente grave porque si cualquier ejecución es un delito, un homicidio legalizado abusivamente (como ahora declaran numerosos teólogos y también obispados), la Iglesia ha sido cómplice de ellos durante muchos siglos. Entonces, aquellos que se dedicaban a reconfortar a los condenados, como san Cafasso, sólo eran hipócritas defensores de una violencia ilícita. No es suficiente, ya que también el Antiguo y el Nuevo Testamento, que recomiendan o no prohíben la pena de muerte, se han visto arrastrados al banquillo de los acusados. Si en este punto realmente nos hemos equivocado, las consecuencias para la fe son ruinosas, implicando a la autoridad de la Iglesia y de las mismas Escrituras. Habrá que buscar las causas.

"Leyendas negras de la Iglesia", 11a edición, Vittorio Messori, editorial Planeta, páginas 82-88. Barcelona, España, 2004. 

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29.10.2013 21:59

Con la excusa de promover el turismo, las autoridades del municipio de Cd. Madero (en la zona conurbada de Tampico) han decidido instituir el “Día del Marciano” y colocaron un busto Ad hoc en el boulevard costero de la Playa Miramar.

No concibieron una manera más original y con algo de dignidad.

Como ingeniero civil, como ciudadano que paga impuestos, como un cualquiera si gustan…estoy seguro que en lugar de convertirnos en la burla regional (y en la época de las redes sociales, seguro que hasta mundial), deberíamos -el ayuntamiento encabezando el trabajo- garantizar la seguridad en general a fin de promover el flujo del capital en la zona; promover y edificar lugares de esparcimiento; ejecutar labores permanentes de limpieza en la ciudad y en los paseos turísticos más visitados, creando con ello un rostro atractivo de la ciudad; planear la construcción de mejores accesos carreteros y dotar de transportes de altura a la región; asegurar la capacitación del personal que trabaja en el ayuntamiento con el fin de que no solo trabajen, sino que lo hagan correctamente; y un muy extenso etcétera…tan solo para comenzar.

Sí, quizá puede decirse que ya se hacen todos esos trabajos. Pero no termina de notarse ni para los que aquí vivimos.

Ahora bien, la cuestión del disparate con tintes galácticos por parte del ayuntamiento maderense, es el de atribuirle (y pareciera que incluso darle las gracias) a los marcianos -suponiendo que sean oriundos de Marte, en caso contrario esperemos sepan perdonar el desliz de los ediles de la urbe petrolera- la protección contra los fenómenos meteorológicos que se han presentado en la zona sur del estado de Tamaulipas y no han impactado de lleno. Han sido ascendidos a guardianes protectores bienquistos contra todo ciclón.

¿Y el cristianismo que tanto pregonan los funcionarios en las fiestas populares?

En el acto, visiblemente se ignora que la zona ya se encuentra encomendada a la muy especial protección de Nuestra Señora y que repunta la devoción popular por la Madre de Dios desde que se construyó en la salida del puerto -en “La Barra”-, una escultura de Nuestra Señora del Carmén por iniciativa del Pbro. Ignacio Rosiles (futuro monseñor y camarero de la diócesis de Tampico por Su Santidad Pablo VI), del obispo de Tampico Mons. Ernesto Corripio Ahumada (obispo nombrado por Su Santidad Pio XII y futuro Cardenal, Arzobispo Primado de México por Ss. Juan Pablo II, Beato) y por la donación con financiamiento de la obra por parte de la sra. Carmelita Trinidad de Cueto en el año de 1967.

Claro está que la escultura no posee magia propia, y nunca debe ser tenida como amuleto. La escultura debe evocar a la criatura más excelsa para el Padre, aquella que obtuvo la mayor intimidad con el Cristo y la primera que quedó llena del Espíritu Santo: Santa María, Madre de Dios (gr. Theotokos, lat. Dei genetrix) y madre nuestra.

Desgraciadamente y sin duda no faltarán las personas con razonamientos “adultos” en este tema que considerarán que no existe, ni los marcianos y ni Dios. Los habrá quienes prefieran a los marcianos (cuales nuevos dioses paganos) dotándolos de un actuar conforme de quien los conciba, o simplemente habrá a quien no le importan ni estás cosas y hasta ni qué va a comer hoy…

No se encuentra en el presente tema la discusión de si existe o no tal o cual -dicho sea de paso que convendría leer aquello que los científicos europeos recientemente han demostrado acerca del teorema de Gödel, matemático austriaco-. 

Después de todo, nunca se trata de nosotros. Solo de Dios.

El Señor nos permita mantener siempre fija la mirada en Él, porque es cuando la desviamos en que somos víctimas incluso de nosotros mismos.

Oremos por nuestras autoridades, para que realicen actividades que beneficien realmente a nuestras ciudades, solventen las necesidades del pueblo a quien sirven y representan, y sean ejemplo cívico de sus conciudadanos.

Les comparto una de las notas al respecto:

https://www.milenio.com/cdb/doc/noticias2011/64c5f9c37cba5ff750208509bd657046

Y les comparto una imagen de Nuestra Señora del Carmen en la zona conurbada del sur del estado de Tamaulipas: “Ruega por nosotros los pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte, amén”.

Oración a Nuestra Señora del Carmen

Tengo mil dificultades: ayúdame.
De los enemigos del alma: sálvame.
En mis desaciertos: ilumíname.
En mis dudas y penas: confórtame.
En mis enfermedades: fortaléceme.
Cuando me desprecien: anímame.
En las tentaciones: defiéndeme.
En horas difíciles: consuélame.
Con tu corazón maternal: ámame.
Con tu inmenso poder: protégeme.
Y en tus brazos al expirar: recíbeme.
Virgen del Carmen, ruega por nosotros. Amén.

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11.10.2013 19:06

Según una encuesta del Consejo de Europa realizada entre los estudiantes de ciencias de todos los países de la Comunidad, casi el 30 % de ellos tiene el convencimiento de que Galileo Galilei fue quemado vivo en la hoguera por la Iglesia. Casi todos (el 97 %), de cualquier forma, están convencidos de que fue sometido a torturas. Los que -realmente, no muchos- tienen algo más que decir sobre el científico pisano, recuerdan como frase «absolutamente histórica», un «Eppur si muove!», fieramente arrojado, después de la lectura de la sentencia, contra los inquisidores convencidos de poder detener el movimiento de la Tierra con los anatemas teológicos. Estos estudiantes se sorprenderían si alguien les dijera que estamos ahora en la afortunada situación de poder datar con precisión por lo menos este último falso detalle: la «frase histórica» fue inventada en Londres en 1757 por Giuseppe Baretti, periodista tan brillante como a menudo muy poco fehaciente.

El 22 de junio de 1633, en Roma, en el convento dominicano de Santa María sopra Minerva, después de oír la sentencia, el «verdadero» Galileo (no el del mito) dio las gracias a los diez cardenales -tres de los cuales habían votado a favor de su absolución- por una pena tan moderada. Porque también era consciente de haber hecho lo posible para indisponer al tribunal, entre otras cosas intentando tomarles el pelo a esos jueces -entre los cuales había hombres de ciencia de su misma envergadura- asegurando que en realidad en el libro impugnado (que se había impreso con una aprobación eclesiástica arrebatada con engaño) había sostenido lo contrario de lo que se podía creer.

Es más: en los cuatro días de discusión, sólo presentó un argumento a favor de su teoría de que la Tierra giraba en torno al Sol. Y era erróneo. Decía que las mareas eran provocadas por la «sacudida» de las aguas, a causa del movimiento de la Tierra. Una tesis risible, a la que sus jueces-colegas oponían otra, que Galileo juzgaba «de imbéciles»: y que sin embargo, era la correcta. Esto es, el flujo y reflujo del agua del mar se debe a la atracción de la Luna. Tal como decían precisamente aquellos inquisidores a los que el pisano insultaba con desprecio.

Aparte de esta explicación errónea, Galileo no supo aportar otros argumentos experimentales, comprobables, a favor de la centralidad del Sol y del movimiento de la Tierra. Y no hay que maravillarse: el Santo Oficio no se oponía en absoluto a la evidencia científica en nombre de un oscurantismo teológico. La primera prueba experimental, indiscutible, de la rotación terrestre data de 1748, más de un siglo después. Y para «ver» esta rotación, habrá que esperar hasta 1851, con ese péndulo de Foucault, tan apreciado por Umberto Eco.

En aquel año 1633 del proceso a Galileo, el sistema ptolemaico (el Sol y los planetas giran en torno a la Tierra) y el sistema copernicano (la Tierra y los planetas giran en torno al Sol) eran dos hipótesis del mismo peso, en las que había que apostar sin tener pruebas decisivas. Y muchos religiosos católicos estaban a favor del «innovador» Copérnico, condenado, en cambio, por Lutero.

Por otra parte, no sólo Galileo se equivocaba al referirse a las mareas, sino que ya había incurrido en otro grave error científico cuando, en 1618, habían aparecido en el cielo unos cometas. Basándose en apriorismos relacionados con su «apuesta» copernicana, había afirmado con insistencia que sólo se trataba de ilusiones ópticas y había arremetido duramente contra los astrónomos jesuitas del observatorio romano, quienes decían, en cambio, que estos cometas eran objetos celestes reales. Luego volvería a equivocarse con la teoría del movimiento de la Tierra y de la fijeza absoluta del Sol, cuando en realidad éste también se mueve en torno al centro de la galaxia.

Nada de frases «titánicas» (el demasiado célebre «Eppur si muove!»), de todas formas, más que en las mentiras de los ilustrados y luego de los marxistas -véase Bertolt Brecht-. Ellos crearon deliberada­mente un «caso», útil a una propaganda que quería (y quiere) demostrar la incompatibilidad entre ciencia y fe.

¿Torturas? ¿Cárceles de la Inquisición? ¿Hoguera? Aquí también los estudiantes europeos del sondeo se llevarían una sorpresa. Galileo no pasó ni un solo día en la cárcel, ni sufrió ningún tipo de violencia física. Es más, llamado a Roma para el proceso, se alojó (a cargo de la Santa Sede) en una vivienda de cinco habitaciones con vistas a los jardines del Vaticano y con servidor personal. Después de la sentencia, fue alojado en la maravillosa Villa Medici en el Pincio. Desde aquí, el «condenado» se trasladó, en condición de huésped, al palacio del arzobispo de Siena, uno de los muchos eclesiásticos insignes que le querían, que lo habían ayudado y animado, y a los que había dedicado sus obras. Finalmente llegó a su elegante villa en Arcetri, cuyo significativo nombre era «Il gioiello» («La joya»).

No perdió la estima o la amistad de obispos y científicos, muchas veces religiosos. No se le impidió nunca proseguir con su trabajo y de ello se aprovechó, continuando sus estudios y publicando un libro -Discursos y demostraciones matemáticas sobre dos nuevas ciencias- que es su obra maestra científica. Ni tampoco se le había prohibido recibir visitas, así que los mejores colegas de Europa fueron a verle para discutir con él. Pronto le levantaron la prohibición de alejarse a su antojo de la villa. Sólo le quedó una obligación: la de rezar una vez por semana los siete salmos penitenciales. En realidad, también esta «pena» se había acabado a los tres años, pero él la continuó libremente, como creyente que era, un hombre que había sido el benjamín de los Papas durante larga parte de su vida; y que, en lugar de erigirse en defensor de la razón contra el oscurantismo clerical, tal como afirma la leyenda posterior, pudo escribir con verdad, al final de su vida: «In tutte le opere mie non sarà chi trovar possa pur minima ombra di cosa che declini dalla pietà e dalla riverenza di Santa Chiesa».(En todas mis obras no habrá quien pueda encontrar la más mínima sombra de algo que recusar de la piedad y reverencia de la Santa Iglesia). Murió a los setenta y ocho años, en su cama, con la indulgencia plenaria y la bendición del Papa. Era el 8 de enero de 1642, nueve años después de la «condena» y después de 78 años de vida. Una de sus hijas, monja, recogió su última palabra. Ésta fue: «¡Jesús!»

Por otra parte, más que con los «eclesiásticos», tuvo problemas con los «laicos»: o sea, con sus colegas de las universidades, que por envidia o conservadurismo, blandiendo Aristóteles más que la Biblia, lo intentaron todo para quitarlo de en medio y reducirlo al silencio. La defensa le vino de la Iglesia; la ofensa, de la universidad.

En ocasión de la reciente visita del Papa a Pisa, un ilustre científico deploró, en un «importante» diario, que Juan Pablo II «no puso ulterior y debida enmienda por el trato inhumano de la Iglesia hacia Galileo». Si debemos hablar de ignorancia, por lo que se refiere a los estudiantes del sondeo, con los que hemos empezado, en el caso de estudiosos de tal en­vergadura, la sospecha es de mala fe. La misma mala fe que se mantiene desde la época de Voltaire y que tantos complejos de culpabilidad ha creado en católicos mal informados. Sin embargo, no solamente las cosas no fueron como pretende la propaganda secular; sino que hoy en día hay nuevos motivos para reflexionar acerca de las no innobles razones de la Iglesia. El «caso» es demasiado importante como para no volver sobre él.

"Leyendas negras de la Iglesia", 11a edición, Vittorio Messori, editorial Planeta, páginas 76-78. Barcelona, España, 2004.

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10.09.2013 13:56

Iniciamos la semana una vez más. Hemos escuchado en la Santa Misa dominical las palabras del Evangelio donde Jesús nos exige –es ésta la palabra adecuada- una entrega total por parte de nosotros hacia Él.

Nos pide -tal como ya lo han hecho tantos ilustres santos de Dios respondiendo a este mismo llamado- que nos hagamos Eucaristía con Él y que no quede nada de nosotros ni para nosotros mismos. Nos pide dejarlo todo y seguirlo.

¿Cómo puede ser esto congruente con el cristianismo actual?

Simple. Desde siempre ha sido congruente, por el solo hecho de ser palabras del propio Cristo. Él es quien da el ejemplo primero: dejó todo para entregársenos completo y poder alcanzarnos la Salvación.

Santa Teresita del Niñito Jesús nos comparte, entre sus muchas enseñanzas, el cómo vivir de amor en el Cristo. La ilustre doctora eclesial, la pequeña francesita de Liseux que encontró el tesoro celestial a tan corta edad nos ha legado su tesis: la santa vocación al amor.

El cristiano de hoy, tan absorto en un mundo hedonista donde todo parece basarse en la felicidad propia e inmediata, en la comodidad y acaso, en el esfuerzo y sufrimiento para alcanzar el éxito en el mundo. El cristiano de hoy, decía, vive en un mundo donde los héroes, los ejemplos a seguir son aquellos que son “atrevidos”, que guían exitosamente naciones o empresas, que son excelentes actores o deportistas, que no temen mostrar de más en sus espectáculos y que no temen decir lo que piensan sin importar que ello afecte a terceros y sea producto de una mera opinión personal muchas veces carente de fundamento. El cristiano de hoy vive en un mundo laicista más que laico. Un mundo donde el cristianismo ya no tiene cabida total, donde a muchos da pena ostentarse como seguidores de Jesús y donde ya ni siquiera la mayoría de los católicos se persignan al pasar frente a una Iglesia o saben rezar el santo rosario. Donde se permite que se retrate la fe como aquella “carente de razón” como lo pregona la Francia actual “cuna de la libertad, de la Revolución y la Ilustración” que exige retirar toda manifestación de religiosidad en las aulas: toda –incluso las cruces al cuello-. Se teme que nos tachen de “fanáticos”.

Sí. Fanáticos. Algún par de veces he escuchado profesar algo parecido a “Soy católico, pero no fanático”, preguntando a qué se referían con aquellas palabras, la respuesta aproximada que recibía era: “Pues voy a misa cuando me nace y en vacaciones de semana santa o en navidad…, no soy de andar leyendo la biblia como los ‘aleluyas’ de otras iglesia que son fanáticos”. La intelectualidad cristiana de estas personas se lanzan a los extremos: o son más papistas que el Papa, o son “cristianos sensatos” que pueden o no aceptar las palabras de Pedro, según su propio razonamiento. Y mientras tanto el Cristo crucificado aún ruega por nosotros: “perdónalos, porque no saben lo que hacen”.

Vivir de amor de acuerdo a Cristo es, aún hoy después de casi 20 siglos (1980 años para ser más aproximados) una total locura. Un desequilibrio para la razón y la intelectualidad humana. Es de locos.

“…y Dios me pidió que fuera un loco, y me dio hermanos” –San Francisco de Asís.

Aprovechen el siguiente canto interpretado por Jésed. Ellos han usado las palabras de Santa Teresita y la han convertido en música. Disfruten y mediten el mensaje cristiano que contiene. Oremos unos por otros.

"Vivir de Amor" -Jésed

Dios les bendiga. Pax et Bonum.

 

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22.08.2013 21:11

Se lee (y se escucha) todo tipo de cosas sobre el Quinto Centenario del descubrimiento de América.

El aniversario ha generado un río de palabras, en el que se mezclan verdades y leyendas, intuiciones profundas y consignas superficiales. Lo que más entristece es la actitud de ciertos religiosos —sobre todo del hemisferio norte, europeo y americano— quienes, a pesar de la caída repentina de aquel marxismo que habían abrazado con entusiasmo de conversos, siguen aplicando sus falaces y desastrosas categorías interpretativas. Hasta hay frailes y monjas que públicamente critican a los misioneros cristianos por haber destruido esas bonitas idolatrías precolombinas, esos fetichismos feroces que —es el caso de los aztecas—tenían como base indispensable el sacrificio humano colectivo. En su opinión, quizás, habría sido mucho mejor que estos pueblos no hubieran entrado nunca en contacto con esa manía peligrosa de sus hermanos de entonces de considerar importante el anuncio de Cristo y del Evangelio.

Pero en el conjunto de lo insulso, falso y no cristiano (aunque defendido por quien se presenta como «cristiano», y más que cualquier otro, pues se llama a sí mismo «defensor de los oprimidos»), destacan algunas publicaciones que merecen nuestra atención.

Entre otras, la traducción, publicada por Ares, de la obra de Alberto Caturelli, eminente profesor de Filosofía en la universidad argentina de Córdoba. El libro —con el título El nuevo mundo redescubierto— es una extraordinaria mezcla de metafísica, historia y teología: el resultado es una lograda y esclarecedora reflexión, porque analiza lo que pasó en las Américas en línea con una «teología de la historia», de la cual carecen los creyentes desde hace demasiado tiempo, con el resultado de hacerlos insignificantes.

Es un destino frente al cual Jean Dumont también intenta reaccionar, con su pequeño, denso y nervioso libro, provocativamente «católico» ya desde el título: El Evangelio en las Américas. De la barbarie a la civilización. La traducción italiana es de Edizioni Edieffe, la misma editorial que publicó la atrevida traducción del panfleto sobre la Revolución francesa del mismo Dumont (del que hablaremos más adelante), y el implacable Le génocide franco-français de Reynald Secher.

Es Jean Dumont quien recuerda el caso de México, muchas veces olvidado, a los «nuevos» católicos en vena masoquista, a esos creyentes que juzgan la epopeya del anuncio de la fe en tierras americanas sólo como una guerra de masacre y conquista, disfrazada de seudo evangelización.

Se trata de acontecimientos recientes, de hace unos decenios, que sin embargo parecen enterrados bajo una cortina de olvido y silencio. Aquí están curas y frailes contándonos por enésima vez las atrocidades, ciertas o presuntas, de los conquistadores del siglo XVI, y callando, al mismo tiempo, de manera obstinada, lo de los cristeros del siglo XX. Un silenciono casual, porque precisamente los cristeros, con su multitud de mártires indígenas, desmontan el esquema que da por forzada y superficial la evangelización de América latina.

Tratemos, pues, de refrescar un poco la memoria. Como ya hemos recordado en capítulos dedicados a la «leyenda negra» antiespañola, a principios del siglo XIX la burguesía criolla, es decir de origen europeo, luchó para liberarse de la Corona española y de la Iglesia, y tener así las manos libres para explotar a los indios, ya sin el estorbo de los gobernadores de Madrid y los religiosos. Es un «movimiento de liberación» (pero sólo para los blancos privilegiados) reunido alrededor de las logias masónicas locales, sustentadas por los «hermanos francmasones» de la América anglosajona del Norte, que precisamente a partir de ahora empieza su despiadado proceso de colonización del Sur «latino».

Las nuevas castas en el poder en las antiguas provincias españolas llevan a cabo una legislación anticatólica, enfrentándose con la resistencia popular, constituida en su mayoría por aquellos indios o mestizos que —según el esquema actual— habrían sido bautizados a la fuerza y desearían volver a sus cultos sangrientos. En México las leyes «jacobinas» y la primera insurrección «católica» son del período entre 1858 y 1862.

A principios de nuestro siglo el jacobinismo liberal se hace aliado del socialismo y el marxismo locales, de manera que «entre 1914 y 1915 los obispos fueron detenidos o expulsados, todos los sacerdotes encarcelados, las monjas expulsadas de sus conventos, el culto religioso prohibido, las escuelas religiosas cerradas, las propiedades eclesiásticas confiscadas. La Constitución de 1917 legalizó el ataque a la Iglesia y lo radicalizó de manera intolerable» (Félix Zubillaga).

Cabe señalar que aquella Constitución (todavía en vigor, al menosformalmente: en sus viajes a México, las autoridades llamaron a Juan PabloII siempre y sólo señor Woityla) no fue sometida a la aprobación delpueblo. Que no solamente no la habría aprobado, sino que en seguida dio aconocer su posición: primero mediante la resistencia pasiva y luego con lasarmas, en nombre de la doctrina católica tradicional, según la cual es lícitoresistir con la fuerza a una tiranía insoportable.

Empezaba así la epopeya de los cristeros, así llamados, despectivamente, porque delante del pelotón de fusilamiento morían gritando: ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Cristo y Nuestra Señora de Guadalupe! Los insurrectos, que (igual que sus hermanos de la Vendée) militaban bajo las banderas con el Sagrado Corazón, llegaron a desplegar 200.000 hombres armados, apoyados por las Brigadas Bonitas, las brigadas femeninas para la sanidad, la subsistencia y las comunicaciones.

La guerra estalló entre 1926 y 1929. Y si al final el gobierno se vio obligado a aceptar un compromiso (y los bandoleros católicos, no obstantelos éxitos, tuvieron que obedecer, contra su voluntad, a la orden de la Santa Sede y deponer las armas), fue porque la resistencia a la descristianización había penetrado hasta el fondo en todas las clases sociales: estudiantes y obreros, amas de casa y campesinos. Mejor dicho, en palabras de un historiador imparcial, «no hubo ni un solo campesino que, directa o indirectamente, no diera apoyo a los cristeros».

Al contrario de las revoluciones marxistas, que en ninguna parte del mundo y nunca ni siquiera en América latina pudieron realmente llegar al pueblo (esto fue evidente, por ejemplo, en Nicaragua, cuando se le dio voz al pueblo), la Cristiada mexicana fue un movimiento popular, profundo y auténtico. Centenares de hombres y mujeres de todas las clases sociales se dejaron masacrar para no tener que renunciar a Cristo Rey y a la devoción por la gloriosa Virgen de Guadalupe, madre de toda América latina. Murió fusilado, entre otros, aquel padre Miguel Agustín Pro, al que el Papa beatificó en 1988.

La resistencia más heroica se dio precisamente entre los indios del México central, que había sido cuna de los aztecas y de sus cultos negros; mientras que la casta de los «sin Dios», en el gobierno, venía de las regiones del norte, escasamente cristianizadas a causa de la supresión, en el siglo XVIII, de las misiones jesuitas.

La lucha de los cristeros en defensa de la fe fue una de las más heroicas de la historia, y ha llegado, aunque en formas no tan cruentas, hasta nuestros días. A pesar de la Constitución «atea» vigente en México desde 1917, quizás en ningún otro sitio Juan Pablo II ha tenido una acogida de masas más sincera y festiva. Y ningún santuario del mundo es tan visitado como el de Guadalupe.

¿Cómo explican esta fidelidad los que nos quieren convencer de que hubo una evangelización forzada, que se impuso la fe usando el crucifijo como un garrote?

 "Leyendas negras de la Iglesia", 11a edición, Vittorio Messori, editorial Planeta, páginas 52-54. Barcelona, España, 2004.

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20.08.2013 23:35

Preocupantemente puedes leer muchos tipos de declaraciones entre los cristianos que intentamos extender nuestro trabajo al ciberespacio que no corresponden a la labor original:

Fuera de que podamos leer condenas, majaderías, dimes y diretes, comentarios sobre lo “decepcionados” que se sienten porque algún músico católico guste de música de alguno protestante (sin hacerle promoción, solo porque le ha dado “like”) sin siquiera investigar su pensamiento sobre el tema o la razón que le lleva a hacer ello -olvidando que nuestra labor no es atacar la música protestante, sino más bien la de promocionar la música de inspiración católica-, proclamas donde desvirtúan al tradicionalista o al carismático, donde se burlan del “Kiko” o de “lefebvristas” o donde los ponen como supremos y únicos ejemplos, donde se rasgan las vestiduras si se menciona el ecumenismo con musulmanes recordándonos a manera de “mentada²” -como si fuera posible ignorar tal hecho- la persecución encarnizada a cristianos por parte de extremistas, reclamos del porqué usan algunos grupos de alabanza la guitarra y/o teclado en santa misa, del por qué se asiste a la Eucaristía en su vetus ordo o en su novus ordo, del por qué….y así podemos seguirle.

Muchas de éstas cosas podrían evitarse aplicando la máxima: 

"Antes de siquiera comenzar a hablar y actuar, conviene el mucho rezar"

No pretendo poseer la verdad y ni siquiera creo haber dicho todo cuanto quisiera y cómo lo quisiera. Solo sé que muchas veces hacen falta más las invitaciones a orar y a entregarnos a la santa vocación al amor que dedicarnos a lanzar condenas y exhibir al hermano que consideramos vive en error. Hace horas expresaba:

"Condenar no es caridad y la caridad no es evitar señalar el error. La caridad como la humildad, es Verdad (S. Teresa)".

Y hace días un muy amado hermano mío, acongojado decía que pareciera que la Iglesia Católica se encuentra desfragmentada. No, yo no creo ello. Yo creo que algunos elementos de la Madre Iglesia no hemos entendido aún la Verdad de la que ella es columna y fundamento. Creo que aún nos falta avanzar en el caminar cristiano y que nos falta entender que no todos poseemos el mismo carisma. No todos somos pies o somos manos en el cuerpo místico, y por tanto debemos tolerarnos unos a otros, tratando de entender y amar a nuestros prójimos aún cuando nos aparezcan tan odiosos e irritantes. Enseñaban tantos santos algo que la doctora de Ávila hizo oración: 

"La paciencia todo lo alcanza".

Hoy te invito a orar por mi, quizá estoy en el error o quizá soy un ingenuo. Tengo un carácter muy duro -testigos de ello podrán encontrarlos en aquellos que me conocen personalmente-, pero trato de, si es que llego al enfado, orar y señalar lo más fraterno que puedo la postura que poseo y mi verdad que busca la Verdad. No siempre lo logro, pero sigo intentando llegar a la caridad perfecta en Cristo. El Señor nos muestre su rostro y nos sea benigno.

Oremos unos por otros al Señor. Pax et Bonum.

Nota:
² Mexicanismo, entendible en algunos países latinos.

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12.06.2013 01:53
Muchas veces los defensores de la homosexualidad y los enemigos del celibato en la vida consagrada comparten una muy interesante cosa en común:
 
✓  Ni la mayoría quiere o aspira a la vida consagrada;
✓  Y ni la mayoría es homosexual practicante (ni desea serlo).
 
Muchas veces, sumado a lo anterior, siquiera desean tener algún familiar que aspire a alguna de las dos circunstancias de vidas anteriores (en el mejor de los casos: les es indiferente). Solo son PRO o ANTI por mera "intelectualidad" pasajera, por estar en boga el tema y no se preocupan por enterarse de primera fuente sobre las posturas contra las que beligerantemente se levantan y opinan basados en suposiciones o ligeras deducciones.
 
A todo lo anterior, podemos agregar mil ejemplos más, ya sea aborto, eutanasia, pena de muerte...el punto es que, como cristianos la razón nos exige ser congruentes con nuestra conciencia y es a la conciencia a quien debemos proporcionarle argumentos sobre el cómo actuar y decidir. Muy diferente es el consciente de un individuo enterado de ciencia y religión a un mero especulador, que se conforma por estar informado a base de rumores. 
 
Acudamos a aprender sobre todo y de todos, confiemos en la voluntad de Dios en asuntos de religión escuchando a su Cuerpo Místico, la Iglesia de la que Él es cabeza suprema (Efesios 1,22) y que es columna y fundamento de la verdad (1 Timoteo 3,15) y tengamos seguro resguardo en ella ya que ni las puertas del infierno prevalecerán contra ella (Mateo 16, 18).
 
Por la fe y por la razón, Cristo al centro. Pax et Bonum.
Gonzalo Jiménez.
 
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23.05.2013 01:09

Me encuentro disfrutando el libro "Nadie es inválido" del australiano Alan Marshall y me viene a la mente la siguiente pregunta: 

¿Qué piensan realmente los defensores del aborto en circunstancias como malformación en el feto, sea física o mentalmente?

Supongo que han de pensar que apoyando esa postura hacen felices a los no natos asesinados en el vientre materno. El libro de Marshall es autobiográfico y narra su "desventura" como discapacitado que, aunque no provenía desde el vientre, fue adquirida a temprana edad y no por ello le impidió luchar y ser feliz.

Tal actitud por parte de los pro abortistas hace pensar que el ser humano teme a los retos ¿Acaso no pertenecen a la elocuente humanidad que realiza películas estimulando y ensalzando los logros humanos alcanzados a pesar de los obstáculos, por grandes que sean? (Aparte de las típicas películas donde los EUA nos salvan de todo tipo de amenazas).

Es sumamente preocupante la cobardía a la que se está rebajando la humanidad, tan dispuesta a creer en seres fantásticos pero no en Dios, capaz de creerse al diablo cinematográfico que responde a las cámaras de vídeo y les hace irse a dormir con los nervios de punta, pero que se asombra del demonio real hasta el punto de negarlo por parecer "demasiado incongruente".

Conozco algunos pequeños que nacieron con el infortunio de ser discapacitados de algún modo, y con "infortunio" me refiero no a su estado de nacimiento (o adquirido a temprana edad), sino al de convivir con una parte de la sociedad que busca ser "perfecta" y que no atina sino más bien a ser cobarde. Teme verles, temer herir susceptibilidades y teme que se multiplique el dolor humano y por eso no encuentra mejor solución que arrancarlo de raíz, por lo que han "razonado" que lo ideal es "solucionarlo" desde el vientre materno.

De ninguna manera me siento superior a esos pequeños, a esos jóvenes y a esos adultos con los que he logrado convivir a lo largo de mis 26 años (que para mucho es nada). Y sí, no lo niego,  siento dolor por ellos, pero no por su enfermedad que me obliga ver a Cristo -ese cristo roto y sufriente que existe en cada uno de nosotros, de veces obvio y de veces silencioso-, sino por aquellos que los han hacinado a un olvido social, a una especie de gueto que les consuela llamar "centros de ayuda" y donde, aunque no les van a hacer falta las atenciones médicas, les faltará la nutrición espiritual que necesitan por parte de su familia sin la que a la postre los terminará matando en vida.

Se trata de ser responsables y de aspirar a crecer. La mayoría hemos sido testigos de grandes ejemplos de personas que, con enormes sacrificios sacaron adelante a niños, propios o extraños. Todos hemos contemplado alguna vez una familia orgullosa de su hijo, sin importar en la condición que éste se encuentre y todos hemos escuchado de casos en donde incluso ofrendan la vida propia en beneficio de sus hijos.

Se trata de amar aún en el dolor y aún sin entender por completo. Se trata de amar, con la fe puesta en Cristo, con la confianza firme en Él. Caminemos con la guía de nuestra Madre, la Iglesia de la que el Señor es cabeza suprema, esa que en lugar de establecernos límites o prohibiciones para reducirnos la felicidad nos la obtiene precisamente mediante los mismos. Recordemos: "Por la fe y por la Razón".

La libertad que el Señor nos ha obtenido en el Calvario nos exige razonar nuestra postura y nos exige siempre optar por la vida. Roguemos a Dios nos revista de la valentía necesaria cuando dicha decisión se presente en nuestras vidas, que el Espíritu Santo fluya en nuestro pensar, obrar...en fin, en todo nuestro amar.

Oremos por todos los que han optado por la vía fácil y por todas las víctimas de dichas decisiones. Roguemos al Señor por el perdón de nuestros pecados pidiendo la intercesión de Santa María, su dulce e inmaculada madre.

Sembremos el amor de Cristo en nuestros pequeños, desde ya. Ellos son el presente y el futuro de la Iglesia, seamos luceros en su camino a la santidad.

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10.05.2013 11:33

Hoy es un día de gran importancia en el sentir del mexicano. Cualquiera que se precie serlo "de corazón" conoce su significado. Poemas, abrazos, flores, canciones, tríos, mariachis, bandas, rondallas y cualquiera que pueda tomar un instrumento, con sentimiento y voz, han desfilado en la historia de nuestro país para rendir homenaje a esos seres maravillosos con los que Dios nos ha blindado en nuestro camino inicial de nuestro paso por este mundo. No es gratuito nada de ello. Todo ha sido ganado a lo largo de los días en que ellas han caminado a nuestro lado.

Hoy México celebra a sus madres, ellas que forjan a nuestros héroes de hoy, ayer y mañana. Aquellas que forjan el ciudadano de mañana y que, al asumirse como tales, son madres en toda la extensión de la palabra.

El sentimiento que despierta éste ser en comparación a cualquier otro es de una especie única: pura. El amor de madre jamás podrá compararse sino con aquel que tuvo el primer corazón materno. Es por eso que es tan poderoso y bello el corazón perteneciente a aquellas que ejercen como tal, compartiendo una actividad de divinidad con el Primer Amor.

Ellas son responsables de la primera educación que recibimos y, es por ello que es un gran deber el preservar el concepto que se debe tener de ellas. No son algo que cualquier mujer se encuentre capacitada para ejercer, no es un puesto que signifique un derecho automático por el simple hecho de poseer la biología adecuada. Por el contrario, su ejercicio debe ser totalmente exclusivo de aquellas que así lo buscan por vocación espiritual.

Madre es aquella que ejerce la maternidad incluso sin ser de índole biológica. Dios le da la oportunidad a la inmensa mayoría de las mujeres para ser llamadas "mamá"; sólo algunas lo asumen con heroísmo y otras, incluso lo asumen sin sangre de por medio. Esas son las mujeres dignas de alabanza de las que nos habla Dios por medio de su palabra (Proverbios 31). Aprovechemos a nuestras madres quienes todavía tenemos la fortuna de contar con ellas en éste mundo, recordemoslas y honremoslas con nuestra vida aquellos que las han visto regresar a la Casa del Padre y protegamos y apoyemos aquellas nuevas maternidades que se cruzaran en nuestro camino de alguna manera u otra.

Pidamos perdón por las casi 60 mil "madres" que han rechazado ese ministerio en la capital de nuestro país (https://www.oem.com.mx/elsoldemexico/notas/n2041124.htm). No existen motivos lícitos ante la ley del Señor para el asesinato de seres indefensos. La beata Madre Teresa de Calcuta advertía que las naciones que más necesitan de Dios, aquellas que eran en verdad las más pobres de entre las naciones, eran precisamente las que se rebajaban a negar la existencia de vida en el seno materno antes del alumbramiento. La Palabra del Señor es la misma ayer, hoy y siempre. ¡Escuchemosla!

Felicidades Virgen María, Theotokos, sin duda alguna el mejor ejemplo de hija, mujer, esposa y madre que Dios se ha dignado regalar a sus hijos por medio de la Cruz. ¡Felicidades y que Dios bendiga a todas las Madres de México y el Mundo! ¡Señor, danos más verdaderas y santas Madres!

"Se reviste de fuerza y dignidad, y el día de mañana no le preocupa. Habla siempre con sabiduría, y da con amor sus enseñanzas. Está atenta a la marcha de su casa, y jamás come lo que no ha ganado. Sus hijos y su esposo la alaban y le dicen: "Mujeres buenas hay muchas, pero tú eres la mejor de todas." Los encantos son una mentira, la belleza no es más que ilusión, pero la mujer que honra al Señor es digna de alabanza. ¡Alábenla ante todo el pueblo! ¡Denle crédito por todo lo que ha hecho!"  

-Prov 31, 25-31.

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